por Kristina Diaz

El tiempo es un regalo que todos necesitamos, y tanto el Adviento, como la Cuaresma, son épocas del año que nos invitan a tomarnos nuestro tiempo; a vivir con un poco más de pausa al contar los días que faltan para Navidad. En casa disfrutamos de pasear por los barrios y llenar nuestros ojos de lucecitas y magia. Los mercados y los centros son adornados con símbolos de la temporada. En la radio se activan los grandes éxitos de la época y bromeamos con que Mariah Carey está saliendo de su hibernación. En Puerto Rico, sacamos los güiros y las maracas para cantar nuestros villancicos caribeños y los chefs designados de cada hogar se hacen cargo de manifestar los sabores típicos de una navidad tropical con platos infusionados con leche de coco, plátanos, yuca y cerdo asado, por nombrar algunos.

Nunca entendí estas cosas como un acto de preparación, sino como ritual y tradición rodeada de regalos. Sobre todo cuando teníamos un calendario de adviento en casa, de esos que tenían trocitos de chocolate detrás de cada puerta. Cada bombón de chocolate era un premio al final del día. En esta temporada de preparación, los calendarios de adviento me recuerdan a esos montajes de películas en los que el protagonista tiene una meta fechada con un círculo rojo. Rodeados de amistades, se embarcan en una serie de eventos que les ayudan a preparar su mente y su corazón para ese gran evento marcado en sus calendarios. Incluso se aseguran de reunir cualquier pieza o artículo esencial que les falte para ser exitosos. Pensándolo así, me pregunto cómo las tradiciones y rituales de mi infancia, así como los que estoy construyendo con mi marido, pueden ayudarnos a preparar nuestros corazones y mentes para la navidad. ¿Qué es lo esencial? ¿Qué es aquello que debemos reunir y fortalecer para nuestro bienestar? ¿Cómo puede ayudarme el Adviento?

En las películas, los protagonistas tienen amigos y sus comunidades que les acompañan. Sin embargo, en mi vida han fallecido seres queridos y otros miembros de la familia se han ido de la isla por razones de trabajo. La dinámica entre los que quedamos está cambiando al cada uno buscar su propio bienestar, añadiendo peso a la sensación de pérdida que sentimos. Así que, en lugar de celebrar, me alejo de la expectativa de que las fiestas deben ser llenas de bullicio y escucho lo que necesita mi corazón.

El presente escenario me ha llevado a tomar tiempo contemplativo dentro de los espacios de mi casa. Aquí practico pequeños rituales para conectar con aquellas cosas que me traen recuerdos, dándome espacio para encontrar un poco de paz y expresar gratitud. Para esto elijo un lugar, como un armario, una gaveta, o una habitación, y pongo una alarma según el tiempo que le quiero dedicar a la esquina escogida. Puede ser de 10 minutos, de una hora, todo depende de cómo me sienta en ese momento o de lo que me quede por terminar en el día. Tomo esta pausa como una oportunidad para concentrarme en el espacio elegido y en lo que contiene. Por ejemplo, hace poco saqué todo lo que había en el armario del cuarto de visita. Organice las cosas en las pilas habituales: para donar, guardar y reciclar. Aparté cosas que quería trasladar a otra parte de la casa, como las sábanas del dormitorio. Finalmente, guardé en la cama algunas piezas que traen recuerdos. Entre ellas, un cardigan crema con botones de plástico beige que le pertenecía a mi bisabuela. Lo usaba a cada rato en los últimos años de su vida . Un día me lo prestó porque tenía frío. Ahora me queda un poco apretadito, pero me encanta tenerlo. Cada vez que la saco, me vienen recuerdos de mi abuela Rosa. Me veo ayudándola a tender la ropa al sol; recuerdo sus mezclas de himnos pentecostales con los temas principales de las novelas, “Guadalupe, Dios te ama.” Recuerdo como reciclaba galones de agua para hacer maví, con la espuma saliendo del huequito de arriba mientras fermenta en la sala.

Algunas zonas de la casa son un poco más complicadas que otras. Recién puse una alarma de 10 minutos para organizar la superficie de mi gavetero. Ahí separé un broche que me había regalado mi tía; le pertenecía a mi abuela paterna. Abuela Carmen me enseñó a usar hebillas en el pelo, siempre me animó a escribir y a dar lo mejor de mí misma. El día que recibí el broche, le había preguntado por la posibilidad de tener una de las cajas que ella había decorado y grabado con metal.

“Sólo queda una. La señora que solía limpiar y ayudar con su cuidado robó la mayoría de sus joyas y prendas.”

Lloré, no porque faltaran cosas, sino porque eran sus cosas. Para mí, ese desconocido había robado una parte de ella al llevárselas, era como volver a perder una parte de ella.

Muchas de las cosas que he decidido conservar a lo largo de los años tienen una historia. Otras van y vienen al cumplir con su utilidad. Aún así, estoy agradecida por cada par de zapatos, por esa taza de té que encajaba perfectamente en mis manos hasta el día en que se rompió. Luego hay partes de la casa que no estoy dispuesta a tocar, como los cuencos de mi querido Olaf. Siguen en su sitio, junto a los cuencos de nuestras otras perritas, y allí permanecerán hasta que esté lista para moverlos.

Dedicarle tiempo a objetos que guardan recuerdos puede recordarnos nuestra historia. Pueden ayudarnos a revivir momentos de seres queridos que echamos de menos. Por eso, cada vez que vuelvo a poner todo en su sitio, llamo a mis hermanas para poder compartir esos recuerdos con alguien que también los comparta. Me consuela poder hablar con otras personas que conocieron a la persona que echo de menos. Es como si por un ratito vuelven a estar, aunque sea sólo por el tiempo que dure nuestra conversación. Pero lo más importante de todo esto es poder compartir estos recuerdos con mis sobrinos. Al contar estas historias ellos pueden conocer a sus bisabuelas y formar parte de esta, nuestra historia.

Por lo tanto, en esta época de Adviento, al organizar los rincones, esquinas y armarios de la casa, también despejaré mi mente y mi corazón. Escribiré en una libreta sobre mis momentos favoritos y reflexionaré sobre las bendiciones de mi vida. Les invito a unirse a esta práctica de memoria ritual y gratitud, y cuando llegue la Navidad, espero que puedas compartir con otros aquellos recuerdos e historias que volvieron a tí.


Kristina Diaz has enjoyed a long career as a portrait photographer that has expanded to brand consulting as well as video and podcast editing/production in the past four years. She calls Dorado, Puerto Rico, home and is currently working on her first novel and a collection of short stories. In addition to writing, she is a fifth-generation oral tradition storyteller. Kristina is a third-generation cradle Lutheran from the Caribbean synod in Region 9. She currently serves on the board of the Asociaciacion de Ministerios Latinos of the ELCA as Communications Coordinator.